«Nadie pone remiendo de paño nuevo en vestido viejo; porque tal remiendo tira del vestido, y se hace peor la rotura. Ni echan vino nuevo en odres viejos; de otra manera los odres se rompen, y el vino se derrama, y los odres se pierden; pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.» (Mat 9:17-18)

Dios en su gracia y misericordia nos está dando en este tiempo un vino nuevo. Con gozo y gratitud lo estamos saboreando, como se dice: lo estamos paladeando. Es un nuevo tiempo en nuestras vidas. Donde el Señor mismo se nos está revelando de una manera preciosa y especial.
Cada vez que nos encontramos como iglesia su presencia en medio nuestro es tan fuerte y tan real, que sigue y permanece en los días subsiguientes cuando estamos cada uno en nuestras actividades cotidianas. Desde el primer momento cuando nos encontramos tenemos la sensación de estar en su presencia, por eso nuestros encuentros no tienen un principio y un fin, sencillamente son, ocurren. Nos dejamos guiar por lo que el Señor quiere hacer con nosotros, en total libertad, sin estructuras ni liturgias preestablecidas. Esto, por supuesto, nos crea expectativas y deseos de volver a encontrarnos pronto. El Espíritu Santo nos dirige a tiempos de adoración profunda a Jesucristo nuestro Señor y al Padre amoroso. Somos llenos de Él, su Espíritu se derrama sobre nosotros. ¡Es un vino nuevo! ¡Nuestra copa está rebosando!
Es tiempo de revelación
Su Palabra se hace viva en nosotros. Sus verdades son fáciles de creer. Las proclamas acerca del misterio de Cristo calan muy profundo en nuestro ser. Somos consolados, restaurados, edificados. Podemos comprobar que Él está trabajando en nuestro carácter y ¡Vamos siendo transformados de gloria en gloria! Nos sentimos verdaderamente amados y respetados por Cristo y su cuerpo. Un sentido de pertenencia va creciendo dentro nuestro, nos sentimos identificados y complementados unos con otros. Esta es la nueva identidad en Cristo que se arraiga en nuestro ser. Pertenecemos a, somos de, Cristo. Pero no solo de Cristo como el Hijo, sino también de su cuerpo, de su familia, la verdadera ekklesía.
Es tiempo donde Él nos está revelando sus verdades antiguas que se hacen nuevas y reales en nuestras vidas. El Señor nos está llevando por las sendas antiguas. Sendas de santidad y sendas donde se vive según sus planes originales. Sendas donde Él y luego los apóstoles anduvieron, vivieron e hicieron la obra. Es tiempo donde sentimos un fuerte deseo de obedecer a Dios y hacer su voluntad. Anhelamos que los propósitos de Dios sean cumplidos en nuestras vidas y a través nuestro. Anhelamos profundamente más de ese vino nuevo.

¿Qué hemos hecho nosotros para experimentar estas cosas? Simplemente hemos creído a nuestro Señor, hemos tenido un fuerte deseo de buscarle más y obedecerle, nos juntamos en libertad, sin estructuras y dejamos que Él nos guíe. Y experimentamos que cada vez Él nos va llevando a aguas mas profundas.
El Señor nos está dando un vino nuevo. El mejor vino, como en las bodas de Caná «mas tú has reservado el buen vino hasta ahora» (Jn 2:10).(¡Que curioso! dice: «Y estaban allí seis tinajas de piedra para agua… Jesús les dijo: Llenad estas tinajas de agua. Y las llenaron hasta arriba.» Jn 2:6-7 )
Odres Nuevos
Estábamos en estas cosas… disfrutando de este vino nuevo, el buen vino reservado hasta ahora… y Dios nos habló, nos llamó la atención diciendo: «Nadie… echa vino nuevo en odres viejos.» No es suficiente con tener un vino nuevo, también necesitamos odres nuevos. De lo contrario todo se perdería, el vino y los odres.
El vino nuevo es la revelación, renovación, restauración y guía del Espíritu Santo. La nueva llenura y unción que viene del Señor por gracia a nuestras vidas. Es un avivamiento y una nueva reforma, pero que nos lleva a las sendas antiguas, al primer amor.
Pero todo esto pronto podría perderse si lo echamos en odres viejos. Los odres viejos de nuestras estructuras y tradiciones religiosas. Las formas de la iglesia organizada actual. Los odres viejos son la ociosidad y las divisiones de la gran mayoría, fruto de la inmadurez espiritual. Nuestra mentalidad es parte de los odres viejos que debemos cambiar. Los odres viejos son nuestras formas externas pero que comienzan en nuestra mentalidad. Si no hay un cambio de odres todo se perderá, si no hay un cambio de mentalidad todo esto quedará en el recuerdo como una bonita y corta experiencia que vivimos, y nada mas. Los odres viejos están gastados y viciados, y hasta contaminados.
Dejémonos guiar por el Espíritu Santo, dejemos que Jesucristo sea el verdadero Señor de la ekklesía. Que Él sea la única cabeza. Nosotros no somos los edificadores. Él dijo que edificaría SU iglesia. No nos hagamos sabios conocedores de como debe ser la iglesia. No estructuremos el obrar de Dios en odres viejos. Despojémonos de nosotros mismos y dejemos que Cristo viva en nosotros. Limitémonos a creer y obedecer. Nosotros no podemos dirigir. Hay una sola cabeza (Jesucristo) y un solo guía (el Espíritu Santo). El Señor nos está dando un vino nuevo y también nos da odres nuevos. Cuidemos la sencillez del Evangelio.
«...pero echan el vino nuevo en odres nuevos, y lo uno y lo otro se conservan juntamente.» (Mat 9:18)

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