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La Cena del Señor

La cena del Señor

La práctica de la cena del Señor, es otro de los temas en la iglesia actual con grandes matices erróneos. Por un lado se mantiene por herencia ciertas formas de la tradición católica, con la diferencia que se agrega la participación de la copa a todo el pueblo. De esta manera, en la ministración del pan y el vino, se mantiene casi el mismo ritual ceremonioso. Mientras que en la iglesia del primer siglo, desde la ministración por parte del Señor en su última cena, de ninguna manera esto fue un rito.

A menudo se participa de este momento con seriedad ceremonial. Pues, se recuerda una muerte. Por lo general, una muerte es pérdida, es dolor y tristeza. Mas, la muerte de Cristo es victoria, es perdón, es vida, es gozo, es restauración. Es volver a tener comunión con Dios, es volver a la casa de papá.

Sí, debe ser un momento de reflexión, por discernir el cuerpo de Cristo. Es revisar cómo está mi comunión con los hermanos. Pero a la vez, es tiempo de regocijo, es anunciar a los cuatro vientos que Cristo me redimió, restauró mi relación con Dios y me unió a su familia, la iglesia del Señor.

Comunión

«La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? (1 Co 10.16)

La sangre y el cuerpo de Cristo es comunión con Él. Participar del pan y la copa es comunión, es koinonía. Es unidad con, y ser parte de, Cristo. Es unidad y ser parte, con mis hermanos.

En memoria de Cristo

«y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí.» (1 Co 11.24-25)

Anunciar la muerte de Cristo

«Así, pues, todas las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa, la muerte del Señor anunciáis hasta que él venga.» (1 Co 11.26)

¿Anunciar a quién? En primer lugar, a mi mismo. Recordarme a mi mismo, la muerte del Señor, la obra de Cristo en la cruz en favor mío. Y todo lo que esto significa. En segundo lugar, es pregonar a los cuatro vientos, en el ámbito espiritual; que todas las huestes celestiales, todos los ángeles caídos, desde el principal hasta el mas pequeño, recuerden la victoria de Cristo en la cruz; pagando el precio por nuestros pecados, redimiéndonos para el Padre, libertándonos de la esclavitud del pecado, de la muerte y de satanás.

Pues entonces, cuando participes del pan y de la copa, en tu corazón y en tu espíritu, pregona, proclama, anuncia con fe que Jesucristo, el Dios encarnado, ha muerto voluntariamente en la cruz, por nuestra salvación y redención. Pagó nuestras culpas, anuló el acta de decretos que había contra nosotros…

«anulando el acta de los decretos que había contra nosotros, que nos era contraria, quitándola de en medio y clavándola en la cruz, y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente, triunfando sobre ellos en la cruz.» (Col 2.14-15)

La sangre del nuevo pacto

«Y tomando la copa, y habiendo dado gracias, les dio; y bebieron de ella todos. Y les dijo: Esto es mi sangre del nuevo pacto, que por muchos es derramada.» (Mr 14.23-24)

Es conmemorar y celebrar un nuevo y mejor pacto que Dios hace con nosotros. Somos privilegiados de vivir esta época, donde el Señor ha puesto su Espíritu en nosotros, ha venido a morar con nosotros y en nosotros. Toda vez que participamos de la comunión del pan y la copa, debemos recordar los beneficios de este nuevo pacto para con nosotros. Tiempo de gracia y misericordia que nos toca vivir.

Hasta que el reino de Dios venga

«Y habiendo tomado la copa, dio gracias, y dijo: Tomad esto, y repartidlo entre vosotros; porque os digo que no beberé más del fruto de la vid, hasta que el reino de Dios venga.» (Lc 22.17-18)

He aquí otro punto alto en nuestra participación de la cena del Señor. Es un acto de fe y esperanza. Recordemos estas palabras de nuestro Amado. En todo este tiempo y desde hace dos mil años, desde aquella última cena con sus discípulos, el Señor no ha vuelto a comer del pan y beber de la copa. Pero dijo, prometió, que volverá a hacerlo. Cuando Él venga otra vez, en su reino. Y nos llevará con Él y participaremos de las bodas del Cordero, estaremos sentados a su mesa y otra vez partirá el pan y compartirá la copa y lo hará con nosotros… ¡¡¡Aleluya!!! Recordemos, con fe y esperanza.

Discernir el cuerpo de Cristo

«De manera que cualquiera que comiere este pan o bebiere esta copa del Señor indignamente, será culpado del cuerpo y de la sangre del Señor. Por tanto, pruébese cada uno a sí mismo, y coma así del pan, y beba de la copa. Porque el que come y bebe indignamente, sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe para sí.» ( 1 Co 11.27-29)
«Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda.» (Mt 5.23-24)

«Pruébese cada uno a si mismo», no es simplemente pedir perdón por mis pecados, es tener conciencia que también soy parte de un cuerpo, unido por relaciones firmes. Debemos discernir el cuerpo de Cristo, tener conciencia que no somos unos cuantos individuos que estamos juntos, somos un cuerpo. Por lo tanto, debemos discernir nuestras relaciones. ¿Cómo estoy con el Señor? Está bien. Pero cómo estoy con mis hermanos, también.

Mientras comían

Veamos también de forma práctica cómo o en qué momento participaban de esta conmemoración tan importante.

«Y mientras comían, Jesús tomó pan y bendijo, y lo partió y les dio, diciendo: Tomad, esto es mi cuerpo.» (Mr 14.22)
«tomó también la copa, después de haber cenado» (1 Co 11.25)
«Y perseverando unánimes cada día en el templo, y partiendo el pan en las casas, comían juntos con alegría y sencillez de corazón» (Hch 2.46)

En la participación del pan y la copa, nos hay liturgias, ni rituales. No hay una forma de reunión, ni ceremonia. Jesús con sus discípulos lo hicieron «mientras comían». Los discípulos del primer siglo partían el pan en las casas, también mientras comían, con alegría y sencillez.

No veo mal que se haga como es habitual en la actualidad, si esto fuera la excepción y no la norma. La norma debería ser en las casas. No importando qué día de la semana. ¨Cada vez que lo hagáis¨. 

Ministros para ministrar la cena

Otras de las enseñanzas y costumbres heredadas del catolicismo: como requisito, la ceremonia debe ser ¨ministrada por un ministro¨. Esto nunca fue siquiera sugerido por el Señor ni por los apóstoles. La primera iglesia en Jerusalén «partían el pan en las casas». Esto al igual que el bautismo, no es necesario que lo realice un líder, un pastor o sacerdote. Es un hecho espiritual, del que participan todos los discípulos: «perseveraban cada día partiendo el pan en las casas». 

¿Participar de los Símbolos?

Participar de la cena del Señor no es un ritual, ni un simbolismo; como algunos lo llaman: participar de los símbolos.

Como en tantos otros temas, por predicar un evangelio anti católico, se han pasado hacia el otro extremo. Por dar una enseñanza opuesta a la doctrina de la transubstanciación, que dice que el pan y el vino se convierten en el cuerpo y la sangre de Cristo; se ha dicho que esto es apenas un simbolismo. Pero ambas enseñanzas son incorrectas.

Participar de la comunión del pan y de la copa es un acto espiritual. Es hacer memoria, recordar, celebrando. También es un acto de fe y esperanza: lo volveremos a hacer con Él en su reino venidero. Es anunciar, proclamar espiritualmente la muerte de Cristo y nuestra unión a Él. Gratitud a Dios: recordando y anunciando el perdón de nuestros pecados. Es celebración por el nuevo pacto que Dios hizo con nosotros (Un mejor pacto). Es unidad y participación en el cuerpo de Cristo.

Participemos con fe y con entendimiento…

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