… continuación.
Dentro de nuestra identidad: ¿cuál es mi vocación? es un punto importante para conocer. Veamos qué dice Dios acerca de nuestra vocación.
¿Cuál es nuestra vocación?
Somos Embajadores
«Así que, somos embajadores en nombre de Cristo, como si Dios rogase por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios.» (2 Co 5.20)
«por el cual soy embajador en cadenas; que con denuedo hable de él, como debo hablar.» (Ff 6.20)
Nos hizo Ministros Competentes
«el cual asimismo nos hizo ministros competentes de un nuevo pacto, no de la letra, sino del espíritu; porque la letra mata, mas el espíritu vivifica.» (2 Co 3.6)
Somos Ministros de Dios
«antes bien, nos recomendamos en todo como ministros de Dios, en mucha paciencia, en tribulaciones, en necesidades, en angustias» (2 Co 6.4)
Somos Real Sacerdocio. Nuestro Oficio es Sacerdotal.
«Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pe 2.9)
Somos Administradores
« Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios.» (1 Pe 4.10)
«Así, pues, téngannos los hombres por servidores de Cristo, y administradores de los misterios de Dios.» (1 Co 4.1)
¿Cuál es nuestra nacionalidad?
Tenemos ciudadanía en los cielos
«Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo» (Fil 3.20)
«Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos, sino conciudadanos de los santos, y miembros de la familia de Dios,» (Ef 2.19)
Pertenecemos al Reino de Cristo
«el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo» (Col 1.13)
Somos nación santa
«Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable» (1 Pe 2.9)
¿Cuál es nuestra bandera?
«Me llevó a la casa del banquete, Y su bandera sobre mí fue amor.» (Cnt 2.4)
Conclusión
Para completar la idea de nuestra nueva identidad, deberíamos decir que nuestra vieja naturaleza, nuestro viejo hombre, estaba bajo maldición (Gálatas 3.13), viciado y corrompido (Efesios 4.22). Éramos hijos de ira (Efesios 2.3), impíos e injustos (Romanos 1.18). Pero Dios en su gran amor nos ha restaurado, y nos bendijo con toda bendición espiritual. Nos hizo benditos, escogidos de Dios y amados. Ya no hay maldición en nuestras vidas sino bendición. Somos hijos de paz, para bendecir a muchos, para pacificar al mundo. Somos luz y sal, para iluminar y para preservar. ¡Aleluya!
La importancia de ser conscientes de esta realidad nos llevará a vivir vidas dignas, como corresponde a nuestra nueva identidad en Cristo. ¡Vivamos como hijos del Dios Altísimo, como verdaderos reyes y sacerdotes que somos! ¡No andemos dando lástima por la vida cargados de temores y preocupaciones!
Conoce a tu Padre e imítale. Debes parecértele. Hay un viejo dicho que dice: «De tal palo tal astilla». Significa que tal cual es el padre, tal es su hijo. Conoce a tu Padre y vive honrándole en tu vida. Fuiste creado para expresar su gloria. ¡Eres la gloria del Dios santo y sublime!
Entonces, ¿de quién eres hijo? Anímate a avanzar, anímate a ser un conquistador en el nombre de Jesucristo para el reino de Dios.
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