Fe es una actitud. Fe es un estilo de vida. Es escuchar a Dios y confiar en sus palabras. Podemos afirmar que la fe se ve. Se ve en nuestras acciones. Por lo cual nos atrevemos a expresar el siguiente enunciado: déjame ver cómo vives y te diré lo que crees.
«Mas el justo por la fe vivirá.» (Ro 1.17)
«Sin fe es imposible agradar Dios.» (He 11.6)

Estos pasajes nos enseñan que la vida por fe no es meramente una elección de algunos pocos, pensado solo para pastores y misioneros. La vida de fe no es exclusiva para aquellos que tienen el don de fe. Ni tampoco para algunos hermanos que parecen como súper espirituales. La carta a los Hebreos nos dice, sencillamente, que «sin fe es imposible agradar a Dios». Y la carta a los Romanos declara que «el justo por la fe vivirá». Por lo tanto, imperiosamente debemos desarrollarnos en la fe y vivir por ella para agradar a nuestro Dios.
¿Qué es la fe?
«Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.» (He 11.1)
«Así que la fe viene por el oír, y el oír, por la palabra de Cristo.» (Ro 10.17; LBLA)
Entonces, ciertamente fe es certeza, es convicción, es seguridad. Es esperanza contra esperanza. fe es plena confianza. Es tener visión de lo por venir. Y todo esto a pesar de las circunstancias que nos rodean, a pesar de lo que podamos ver con nuestros ojos naturales. Debemos destacar que la fe no viene por ver (si lo viéramos ya no sería fe). La fe viene por el oír. Pero no oír cualquier cosa, sino la Palabra de Cristo. Significa que aunque no veamos nada, pero sí oímos a Dios, eso creemos y eso vivimos.
Fe no es pensar en positivo. La fe no tiene nada que ver con lo positivo y lo negativo. Fe es tener la plena convicción, la absoluta certeza, que lo que Dios dice: es y será. Fe no es una simple idea o pensamiento. Es escuchar a Dios, creer esa palabra y vivir por esa palabra. Nadie que verdaderamente viva por fe puede tener una fe oculta. Si tú eres un justo que vive por la fe, déjame decirte que no podrás ocultarlo por más que lo intentes. Déjame verte por un momento qué haces, cómo reaccionas, qué hablas cuando estás distendido, y sabremos si eres un hombre o una mujer de fe. Las Escrituras expresan también que: «De la abundancia del corazón habla la boca» (Mt 12.34). Por lo tanto, esto también nos revela qué hay en nuestros corazones. ¿Sobre qué hablas durante todo el día? Eso está llenando tu corazón.
Fe es una dependencia total en Dios que se vuelve sobrenatural en su obrar. Las personas de fe desarrollan una visión especial. Ven más allá de las circunstancias, ven al Dios todopoderoso y amoroso a su lado. Saben que está presente en cada circunstancia.
El justo por la fe vivirá
«Con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto.» (1 Co 9.10)
La fe es de Dios. Viene de Dios. Pero depende de nosotros. No pocas veces he escuchado expresiones tales como: «Bueno, haremos todo lo que esté a nuestro alcance, nos esforzaremos, aun sabiendo que tal vez nosotros no alcancemos a ver los frutos, tal vez otros que vengan después de nosotros los verán». El razonamiento es válido. Y es probable que finalmente eso ocurra. Pero permíteme expresar que quien no espera recibir nada, eso es lo que recibirá: nada. Con esperanza debe arar el que ara, y el que trilla, con esperanza de recibir del fruto. Trabajo para ver y disfrutar los frutos del trabajo. Me esfuerzo para ver la gloria de Dios. Trabajo para establecer y extender el reino, y eso es lo que espero ver. El Señor dice: «¿No te he dicho que si crees, veras la gloria de Dios?» (Jn 11.40). Creemos, ¡por lo cual veremos!
El temor nos transporta del ámbito de lo sobrenatural y nos lleva a lo natural; pero la fe nos saca de lo natural para llevarnos a lo sobrenatural. Nuestra manera de tomar decisiones en la vida dice mucho acerca del tipo de fe que tenemos.
¡Vivimos lo que creemos!
«Así también la fe, si no tiene obras, es muerta en sí misma. Pero alguno dirá: Tú tienes fe, y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin tus obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras.» (Stg 2.17-18)
Como mencionamos anteriormente, la fe es un estilo de vida. Y eso se ve. Dios lo ve, pero también los hombres lo ven. Si los hombres no pueden ver tu fe, pues no es fe, es solo un pensamiento. Creo que a veces confundimos conocimiento con fe. Hay personas que saben que Dios es poderoso, pero no creen que ese poder opere en ellos, libertándolos de alguna situación difícil determinada. La fe también muchas veces implica riesgo.
«Porque por fe andamos, no por vista.» (2 Co 5.7)
Cada vez que no andamos por fe, andamos por vista, ponemos la vista en las cosas de los hombres, en las cosas naturales, y cuando esto ocurre somos tropiezo para la obra de Dios. Y más aun, quedamos a expensas de las influencias del diablo.
«Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás!; me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres.» (Mt 16.23)
Esto es lo que verdaderamente importa. ¿Estamos poniendo la mira en las cosas de Dios? ¿O estamos actuando lógica y racionalmente? Nuestro buen Señor nos guarde y nos ayude para que no bajemos nuestra mirada de Él. ¿Hemos desarrollado el músculo de la fe por medio del conocimiento de nuestro Señor y su Palabra? ¿Tenemos convicciones claras? ¿Tenemos visión de Dios? ¿Su Palabra está en nuestros corazones? ¿Tenemos una relación con Jesucristo tal que Él nos revela sus planes?
Entonces, la fe que el Señor espera de nosotros no es la de alguien que dice: «Ah sí, yo creo en Dios, que es amor, es poderoso, es grandioso y santo», pero después vive según los deseos de su corazón. ¿Es eso fe? Déjame ver tu vida y te diré lo que crees. Si no hay coherencia entre lo que dices que crees y lo que vives, déjame decirte que aún no has creído. La fe verdadera transforma las vidas, sana, liberta, restaura, prospera, da crecimiento, edifica, lleva fruto, extiende el reino de Dios.
Cuando el Omnipotente habla, su Palabra produce fe, enciende una visión, trae revelación, nos marca una meta por alcanzar, da rumbo a nuestras vidas y ministerios. Recién entonces tenemos revelación de Dios.
«Que abundéis en esperanza por el poder del Espíritu Santo.» (Ro 15.13)

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