Veremos aquí algunos ejemplos de personas que tuvieron encuentros con el Señorío de Jesucristo. Si bien en su actitud práctica Jesús el Hijo del hombre, vino como siervo sumiso, en el ámbito espiritual, Jesús el Hijo de Dios, vino a establecer su reino, manifestando su autoridad y señorío.
¡Jesucristo es el Señor!
Es el Señor del universo, de toda la creación y de las naciones. Es el Señor en los cielos y en la tierra. Él posee toda autoridad, toda potestad, todo señorío, tanto en los cielos como en la tierra (Mt 28.18). Dios el Padre le exaltó hasta lo sumo y le dio un Nombre que es sobre todo nombre: Kyrios!!! Ante Él se doblará toda rodilla y toda lengua confesará su Señorío!!! (Fil 2.10-11). Esta es la absoluta, inmutable e inmarcesible verdad. Desde la eternidad y hasta la eternidad.
«Porque de él, y por él, y para él, son todas las cosas. A él sea la gloria por los siglos. Amén.» (Ro 11.36)
Saulo
Comencemos con el ejemplo de Saulo de Tarso, perseguidor de la iglesia, quien por gracia divina tiene un encuentro con nuestro Señor.
«Mas yendo por el camino, aconteció que al llegar cerca de Damasco, repentinamente le rodeó un resplandor de luz del cielo; y cayendo en tierra, oyó una voz que le decía: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? El dijo: ¿Quién eres, Señor? Y le dijo: Yo soy Jesús, a quien tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. El, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga? Y el Señor le dijo: Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.» (Hch 9.3-6)
«…¿Qué haré, Señor?…» (Hch 22.10)
En la antigüedad, llamar señor a una persona no era simplemente una expresión de respeto, era un acto de sumisión a ella. Era como decir: “tu eres mi amo, soy tu esclavo, solo ordéname tus deseos que los haré“. Esto es lo que hace Saulo ante este encuentro personal con Jesucristo. Le está diciendo: “no se quién eres, pero me someto a ti mi Kyrios, ¿qué quieres que yo haga? Solo dímelo y lo haré”.
Simón y Andrés
«Andando Jesús junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, que echaban la red en el mar; porque eran pescadores. Y les dijo: Venid en pos de mí, y os haré pescadores de hombres. Ellos entonces, dejando al instante las redes, le siguieron.» (Mt 4.18-20)
Ante el solo encuentro con la autoridad espiritual que poseía Jesucristo, la persona debía tomar una decisión, obedecer o no obedecer. Este fue el caso de Simón y Andrés, que aun sin entender qué significaba el ser pescadores de hombres, pero ante la orden: “Venid“, debían responder y al instante le siguieron.
Mateo
«Después de estas cosas salió, y vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y dejándolo todo, se levantó y le siguió. » (Lc 5.27-28)
También en el caso de Mateo, se enfrenta ante la autoridad, el señorío y tiene que responder. Estaba en plena recogida de impuestos. Dice el texto que estaba sentado al banco de los tributos públicos. sin embargo al instante “dejándolo todo, se levantó y le siguió“. ¡Qué autoridad!
Otros discípulos tuvieron encuentros con el señorío
«Yendo ellos, uno le dijo en el camino: Señor, te seguiré adondequiera que vayas. Y le dijo Jesús: Las zorras tienen guaridas, y las aves de los cielos nidos; mas el Hijo del Hombre no tiene dónde recostar la cabeza. Y dijo a otro: Sígueme. El le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú vé, y anuncia el reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios.» (Lc 9.57-62)
Estos ejemplos, nos dejan claro que seguir a Jesucristo tiene un precio. Y que no podemos poner ninguna cosa ni ninguna persona antes que a Él. Cualquier cosa por mas humanamente aceptable y honrosa que sea, si ubica a Jesucristo en segundo lugar, no nos hace aptos para el reino de Dios.
El Joven Rico
«Al salir él para seguir su camino, vino uno corriendo, e hincando la rodilla delante de él, le preguntó: Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? Jesús le dijo: ¿Por qué me llamas bueno? Ninguno hay bueno, sino sólo uno, Dios. Los mandamientos sabes: No adulteres. No mates. No hurtes. No digas falso testimonio. No defraudes. Honra a tu padre y a tu madre. El entonces, respondiendo, le dijo: Maestro, todo esto lo he guardado desde mi juventud. Entonces Jesús, mirándole, le amó, y le dijo: Una cosa te falta: anda, vende todo lo que tienes, y dalo a los pobres, y tendrás tesoro en el cielo; y ven, sígueme, tomando tu cruz. Pero él, afligido por esta palabra, se fue triste, porque tenía muchas posesiones.» (Mr 10.17-22)
Se ve que esta persona era muy piadosa, de buen testimonio y se interesaba por conocer las cosas espirituales. Pero su corazón no estaba totalmente rendida al Señorío de Jesucristo. Tan solo una cosa le faltaba hacer… y esa no la hizo… no se sujetó al gobierno y la autoridad del Señor. Finalmente quedó “afligido por esta palabra”, pues no estaba dispuesto a obedecer en todas las cosas, las demandas del reino son altas.
Cuán difícil es entrar al Reino
No son pocas las personas y ejemplos que tenemos registrados en el Nuevo Testamento que han tenido encuentros con el señorío de Jesucristo. También el Maestro en su prédica ante las multitudes lo proclamaba y a todos les exponía las exigencias de reconocer su señorío, el reino de Dios en sus vidas para de esta manera poder ser salvos.
«Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Cuán difícilmente entrarán en el reino de Dios los que tienen riquezas! Los discípulos se asombraron de sus palabras; pero Jesús, respondiendo, volvió a decirles: Hijos, ¡cuán difícil les es entrar en el reino de Dios, a los que confían en las riquezas! Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios. Ellos se asombraban aun más, diciendo entre sí: ¿Quién, pues, podrá ser salvo? Entonces Jesús, mirándolos, dijo: Para los hombres es imposible, mas para Dios, no; porque todas las cosas son posibles para Dios.» (Mr 10.23-27)
«¿Quién, pues, podrá ser salvo?» Las exigencias del reino de Dios no son pocas, ni fáciles. Ser parte del Reino de Dios, estar bajo el señorío de Jesucristo requiere un precio muy alto que pagar, si bien Jesús lo pagó en la cruz con su propia vida y su sangre derramada, también requiere nuestra muerte. Muerte al yo, a vivir separados de Dios, independientes de Él. Y no se puede vivir a medias, es todo o nada. Como el joven rico, no alcanza con casi todo lo he hecho desde mi juventud, es necesario entregarlo “todo” bajo el gobierno de Dios.
Entonces, «¿Quién, pues, podrá ser salvo?» “Son muchos los llamados y pocos los escogidos” (Mt 22.14). Únicamente aquellos que lo entregan todo, aun sin entenderlo, pero que no cuestionan la autoridad, sencillamente obedecen. “No todo el que me diga Señor, Señor entrará al Reino de los Cielos…” (Mt 7.21-23).

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