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El templo de su cuerpo

«Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré. Dijeron luego los judíos: En cuarenta y seis años fue edificado este templo, ¿y tú en tres días lo levantarás? Mas él hablaba del templo de su cuerpo.» (Jn 2.19-21)

El templo en la antigüedad, en épocas del antiguo pacto, era el principal lugar de adoración a Dios, al punto que mucha gente de otros países venían para adorar. Era un edificio sagrado que imponía respeto y veneración. En la actualidad aun se venera sobremanera el único muro que permanece de aquella construcción de hace unos 3.000 años.

Mas Jesús, en estas palabras, estaba marcando una diferencia muy clara entre el templo en el antiguo testamento y el templo en el nuevo pacto. El templo físico de material y el verdadero templo, espiritual. El primero sería destruido, se terminaría su tiempo, cumplió su objetivo. Ahora comenzaba otra etapa. La espiritual. Jesús dijo en tres días levantaré el templo, se refería al tiempo que le llevaría su resurrección. Allí comienza el nuevo templo, la iglesia cuerpo de Cristo, templo del Dios viviente.

El templo del Antiguo Testamento, era un edificio físico de materiales como piedras o ladrillos, maderas y demás. El Templo del Nuevo Testamento no es físico, es un templo espiritual. Aquellos que hemos nacido de nuevo, reconociendo a Jesucristo como el Señor de nuestras vidas, somos ahora el verdadero templo de Dios. Contenemos su presencia. Se manifiesta en nosotros.

Los sacerdotes del Antiguo Testamento servían a lo que «…es figura y sombra de las cosas celestiales…» (He 8.5). Pero nosotros servimos bajo un mejor pacto. Jesús hablaba del templo de su cuerpo.

Somos Templo de Dios     

«¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? Si alguno destruyere el templo de Dios, Dios le destruirá a él; porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es.» (1 Corintios 3:16, 17)
El templo de su cuerpo

Muchas personas, copiando el modelo del Antiguo Testamento, aun en este siglo XXI, piensan que la iglesia es el edificio. Algunos le rinden un respeto casi idolátrico a las paredes y su mobiliario interno. Hablan de santuario y se acercan al altar para recibir algún tipo de bendición especial. Algunos  entran a ese edificio sin hacer demasiado ruido, pues hay que respetar la casa de Dios, dicen. El púlpito también es para unos pocos dignos de él. 

Pero como la iglesia bíblica y espiritual, que estableció el Señor, nada tiene que ver con los edificios, nosotros somos la iglesia las 24 Hs. del día. La iglesia no es una reunión. Debemos resaltar que la iglesia no es el edificio donde se reúnen los creyentes. Y que tampoco los edificios son imprescindibles para la iglesia.

Solo por aclarar un poco mas, decir que no estamos en contra de los edificios, si estos ocupan el lugar y utilización apropiados. Pero que a su vez hemos visto que mayormente los edificios han centralizado y liturgizado a la iglesia. La han encerrado, y hasta diría atrapado, con activismo hacia adentro, resultando así una luz puesta debajo de la mesa que alumbra a muy pocos o a casi nadie. Decir que la iglesia primitiva se mantuvo en constante expansión y crecimiento, mientras estuvo bajo persecución, sin edificios templos y desintistucionalizada, hasta el tercer siglo con el casamiento de iglesia y estado, con la llegada del emperador Constantino, quien instauró el “cristianismo” como religión del estado, institucionalizó la iglesia y la encerró en los templos.  

Somos el templo de su cuerpo

Lamentablemente, hoy la iglesia permanece en gran confusión, mezclando creencias y prácticas de tiempos del antiguo Testamento con enseñanzas de Jesucristo, quien estableció un nuevo pacto. Leyendo las Escrituras no entienden.

«Respondió Jesús y les dijo: Destruid este templo, y en tres días lo levantaré… Mas él hablaba del templo de su cuerpo.» (Jn 2.19-21)

Pues, el templo es la iglesia, el cuerpo de Cristo. La iglesia es la comunidad de discípulos. No es un edificio material, es edificio espiritual. La iglesia es un pueblo, es familia de Dios. Sin liturgias, ni rituales.  La iglesia es vida, es convivencia. No encerrados en edificios, sino en las casas, en las calles, en lugares públicos, donde todos puedan ver nuestro amor práctico y así conocer que somos discípulos de Jesucristo (Jn 13.35).

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