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El Sacerdocio de Todos los Creyentes

La Reforma Protestante

Uno de los mayores legados que nos ha dejado Martin Lutero con su reforma, allí por el año 1520, es el dogma conocido como el Sacerdocio de Todos los Creyentes. Entre otras cosas Lutero afirma tajantemente que «no hay diferencia entre cristianos, “a no ser a causa de su oficio”, de tal manera que no hay una clase especial llamada sacerdotal, como han inventado los romanos, y otra secular ».

Sacerdocio de todos los creyentes

Ahora bien, para ser honestos con la verdad, debemos decir que esta reforma tan importante y fundamental para el desarrollo de la vida normal de la iglesia y su crecimiento, desde entonces y hasta ahora, ha sido en mayor grado una reforma teológica pero no tanto vivencial, ya que en la gran mayoría de iglesias protestantes, incluida la evangélica, aun se practica, inconscientemente en muchos de los casos, una división de clases sociales y distintos tipos de niveles de autoridad o gobierno, donde algunos mas encumbrados están capacitados para realizar ciertos rituales y prácticas que otros no pueden ni «deben» hacerlo. Donde unos reciben mayor respeto y hasta veneración, y los demás pasan totalmente desapercibidos entre la multitud. Donde unos pocos son los ungidos y escogidos, y los demás los que reciben y dependen de ellos.

La Reforma Protestante, con la idea del Sacerdocio Universal de Todos los Creyentes, entre otras cosas, devolvió la Biblia que estaba prohibida y la puso en manos de todo el pueblo. Pero no les devolvió en la práctica el ministerio sacerdotal, sino que este permaneció en manos del clero profesional. O en el mejor de los casos, la tesis del sacerdocio de todos los creyentes delegó en el pueblo solo algunas funciones o participaciones, pero no ha sido suficiente.

El Sacerdocio en la Antigüedad

«Ahora, pues, si diereis oído a mi voz, y guardareis mi pacto, vosotros seréis mi especial tesoro sobre todos los pueblos; porque mía es toda la tierra. Y vosotros me seréis un reino de sacerdotes, y gente santa. Estas son las palabras que dirás a los hijos de Israel.» (Ex 19.5-6)

Una vez que Dios liberó al pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto, comenzando una nueva etapa en la vida del pueblo de Dios, les declara que su voluntad es que estos fueran para Dios un reino de sacerdotes. Mas el pueblo fue rebelde a los propósitos de Dios. Y aun tuvieron miedo de acercarse a la presencia de la Majestad Divina (Ex 20:18-20). Por esta causa el Señor termina escogiendo a los hijos de Leví como una tribu de sacerdotes.

Moisés que conocía el corazón de Dios, igualmente deseaba que todo el pueblo tuviese el Espíritu y también que profetizasen (Nm. 11:26-30). Moisés sabia que la voluntad de Dios era que todo su pueblo sea un reino de sacerdotes.

Jesucristo nos hace Sacerdotes

«Mas vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, pueblo adquirido por Dios, para que anunciéis las virtudes de aquel que os llamó de las tinieblas a su luz admirable.» (1 Pe 2.9)

La idea de que Dios distingue entre dos tipos de personas, el clero y los laicos, se ha infiltrado en la iglesia hasta nuestros días. Es preciso restaurar y restablecer la verdad: En el Pueblo de Dios todos somos Sacerdotes.

«y de Jesucristo el testigo fiel, el primogénito de los muertos, y el soberano de los reyes de la tierra. Al que nos amó, y nos lavó de nuestros pecados con su sangre, y nos hizo reyes y sacerdotes para Dios, su Padre; a él sea gloria e imperio por los siglos de los siglos. Amén.» (Ap 1.5-6)

Pues entonces, Dios nos ha hecho reyes y sacerdotes para Él. Por Jesucristo somos de un linaje escogido, una nación santa, un pueblo adquirido por Dios y sacerdocio real. Los que en otro tiempo no éramos pueblo pero que ahora somos pueblo. Y para completar debemos mencionar que ni en estos pasajes ni en ningún otro del Nuevo Testamento encontramos separación de estatus en el pueblo de Dios. En la antigüedad estaban los levitas, una tribu especial, escogida por Dios para que sean los sacerdotes del pueblo. Pero ahora, con el Nuevo Pacto, Jesucristo nos ha hecho a todos sacerdotes para Él.

«y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes, y reinaremos sobre la tierra.» (Ap 5.10)

¿Acepción de personas?

«Hermanos míos, que vuestra fe en nuestro glorioso Señor Jesucristo sea sin acepción de personas. Porque si en vuestra congregación entra un hombre con anillo de oro y con ropa espléndida, y también entra un pobre con vestido andrajoso, y miráis con agrado al que trae la ropa espléndida y le decís: Siéntate tú aquí en buen lugar; y decís al pobre: Estate tú allí en pie, o siéntate aquí bajo mi estrado; ¿no hacéis distinciones entre vosotros mismos, y venís a ser jueces con malos pensamientos?» (Stg 2.1-4)
«pero si hacéis acepción de personas, cometéis pecado, y quedáis convictos por la ley como transgresores.» (Stg 2.9)

El Espíritu Santo, por medio de Santiago, nos advierte de no hacer acepción de personas en la iglesia. Pues esto es pecado. Nos exhorta a no hacer diferencias entre unos y otros. Pues delante de Dios todos somos iguales.

«Pero de los que tenían reputación de ser algo (lo que hayan sido en otro tiempo nada me importa; Dios no hace acepción de personas), a mí, pues, los de reputación nada nuevo me comunicaron.» (Ga 2.6)

En el cuerpo de Cristo somos muchos miembros y tenemos diferentes funciones, pero absolutamente nadie es más importante que otro. El único que es verdaderamente importante e imprescindible es la cabeza. Y este cuerpo tiene una sola cabeza, que es Cristo.

Igualmente en el pueblo de Dios no hay castas sociales, no hay niveles de importancia entre las personas. Pues entonces, en Cristo somos todos iguales, no hay diferencias entre unos y otros. No hay algunos más encumbrados que merezcan mas respeto que los demás. En el cuerpo de Cristo todos los miembros son importantes, todos son escogidos, nadie necesita intermediarios, todos son sacerdotes.

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