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EL Hombre Prudente

«Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la rocaDescendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca.
Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina.» Mt 7:24-27
 
 

Como  hijos de Dios y discípulos de Jesucristo debemos ser «hombres prudentes». Esta es la voluntad de Dios, agradable y perfecta, para nuestras vidas.

Prudencia, según la Real Academia Española, es templanza, cautela, moderación. Sensatez, buen juicio. Dicho de otra manera, podríamos concluir que es por un lado madurez emocional y por otro, madurez síquica. Es decir, que un hombre prudente no anda por la vida movido por sus emociones ni se rige por sus muchos razonamientos.

A rasgos generales naturalmente existen dos tipos de personas. El hombre emocional se mueve por sus impulsos, lo que siente hace. Si no lo siente no lo hace. Mayormente emotivo y eufórico en sus emprendimientos. En el otro extremo se encuentra el hombre frio, sin sentimientos, aquel que todo lo razona, necesita entender las cosas y programarlas con antelación. Necesita tenerlo todo bajo control.

El hombre prudente al que se refiere el Señor en su enseñanza, no es ninguno de estos dos. No es prudencia natural. No es lo que el hombre natural pueda hacer con sus propias fuerzas. Sino, es la persona espiritual que a su vez ha alcanzado un grado de madurez espiritual. No es el hijo de Dios aun espiritualmente adolescente, que vive regido por su alma, llamase sentimientos y/o razonamientos. Es el hombre espiritual maduro, cuya vida es gobernada por el Espíritu Santo. No se mueve por su estado de ánimo ni por sus extensos razonamientos. Este hombre prudente es alguien que vive en el Reino de Dios, tiene a Jesucristo como el Señor de su vida, oye «las palabras», las cree y las hace. Obedece a su Señor.

El hombre prudente, llamase maduro espiritualmente, edifica su vida no por emociones ni por razonamientos. Edifica su vida por fe y obediencia a la Palabra.

«Estas palabras», a las que hace mención Jesús en este pasaje, son sus enseñanzas prácticas. Notemos que esta parábola se encuentra al final del capitulo 7 del Evangelio de Mateo, finalizando lo que es conocido como el sermón del monte. En los capítulos 5, 6 y 7 de Mateo se encuentran las enseñanzas de Jesús acerca de como debemos vivir en el Reino de Dios. Pues, a esto se refiere concretamente con «estas palabras».

Entonces Jesucristo y sus palabras, son la roca firme, solida y estable sobre la cual deben estar fundadas nuestras vidas.

Cuando edificamos nuestras vidas sobre la arena de nuestras emociones o razonamientos, cualquier viento o lluvia que viene nos tambalean, nos hace dudar, nos desanima y hasta nos estresa. La vida se nos escapa de las manos. Y esto nos causa crisis. No nos sentimos aceptados por los demás, no nos sentimos comprendidos, sentimos que no nos valoran, no nos reconocen, etc.

Pero si edificamos nuestras vidas fundamentada sobre la roca que es Cristo, cuando vienen los vientos y temporales, permanecemos inmutables, firmes y estables. Jesucristo es nuestra paz y nuestra seguridad. La vida no se nos escapa de las manos, porque ya no está en nuestras manos sino en las de Jesús. Estamos libres, seguros y confiados.

¿Sobre qué edificamos nuestras vidas? ¿Sobre las emociones y/o razonamientos? ¿O sobre la Palabra que es Jesucristo? De esto dependerá cómo vivimos y lo que cosecharemos del trabajo de nuestras vidas. Edifiquemos nuestras vidas fundadas sobre la roca!

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